Por Catherine Fernádez.- Blaise Pascal se refería a la muerte indicando que es más fácil soportarla sin pensar en ella, irónicamente, es lo más seguro que tenemos, y sin embargo pocas veces nos detenemos a reflexionar sobre lo que es en esencia ineludible.
Vivimos sumergidos en el automático convencidos de que el mañana nos corresponde, cuando en realidad, cada día es un préstamo del tiempo. Nos intranquilizamos por el futuro, por nuestras metas e intereses, pero olvidamos que la vida en su particularidad más cruda es un suspiro fugaz.
Aceptar su certeza sin temor, con gratitud, nos daría la libertad que tanto anhelamos. porque si hay algo más irónico que la vida misma, es la idea de desaprovecharla por miedo a perderla.
Es un pensamiento insondable.
La vida tiene esa extraña manera de asombrarnos, recordándonos que cada día puede ser el último sin que lo sepamos. Es sobrecogedor imaginar cómo las personas comienzan su jornada con expectativas, ilusiones, planes, risas, sin sospechar que el destino otro designio escrito.
Miro hacia mi interior y produzco una imagen llena de vida, una escena que condensa la alegría y la emoción de los momentos exclusivos. Mujeres riendo, eligiendo los colores de sus vestidos, arreglando sus cabellos con esmero, buscando el maquillaje, soñando con la noche que está por llegar, la ilusión de bailar, de disfrutar, sin sospechar que ese día podría ser el último.
Cada estado de las redes sociales reflejaba la alegría de estar juntos en sana amistad, amor y conexión genuina, parejas que buscaban vigorizar su amor en ese momento compartido como una forma de refrescar su unión. Salir juntos, lejos de la rutina.
Increíble como esas publicaciones capturaron la luz de la vida, y al mismo tiempo lo inesperado de la existencia.
Nos preparamos para el futuro sin saber cuán breve puede ser, pero ahí reside su magia, en la belleza de vivir sin conocer cuando es el final, en la inocencia de disfrutar cada instante, ese aquí y ahora.
Hoy profundizo la muerte a destiempo y mi corazón se arruga, pues es una de las pruebas más difíciles de comprender desde la fe.
Cuando una vida se apaga inesperadamente deja preguntas sin respuesta, un vacío difícil y la sensación de que el destino es injusto, sin embargo, desde una perspectiva espiritual estoy consciente que cada alma tiene un propósito aunque no entendamos los designios divinos, todo ocurre dentro de un plan mayor.
La Biblia, dice en Eclesiastés 3:1-2: «Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir.» Para quienes creemos en Dios, en la vida eterna, la partida prematura no es un error, sino una llamada a confiar en que hay un propósito que quizás escapa a nuestra comprensión terrenal.
Aunque nos duela, la f é nos invita como bien indicó el Papa Francisco a ver la muerte, no como una pérdida total, sino como un nuevo comienzo en otro plano.
Pero ¿cómo aguantar la ausencia? Supongo que con lo que le funcione a cada quien, ya sea la oración, la comunidad, el amor a quienes quedan, o la esperanza de un reencuentro, quizás así en medio del dolor podamos encontrar paz en la idea de que nadie se va sin haber cumplido su misión, aunque para nosotros haya sido demasiado pronto.