Por el Padre Manuel Antonio Garcia Salcedo de la Arquidiócesis de Santo Domingo.-Desde tiempos muy antiguos el día de las madres, celebración extendida por gran parte del mundo, de reconocimiento al esfuerzo, sacrificio, entrega y cariño de la mayoría de las madres que han aquilatado madurez afectiva al realizan su rol de mujer plena en las entrañas del seno familiar, renunciar a sus propios proyectos y realizaciones por una meta más alta, la más plena de todas, dar vida y cuidados, además de protección y auxilio a sus hijos. Y ustedes me dirán: ¿a qué viene este tema en diciembre?
Siempre y en toda cultura la madre ha sido elevada a categorías divinas que alcanzan las esferas celestiales porque representan a la vida más plena y feliz. La Iglesia, en el día dedicado a la Inmaculada Concepción de María, 8 de diciembre, imprimió en la sociedad la celebración del día de la madre. Fue así durante mucho tiempo, y se aprovechaba este asueto para visitar, honrar y regalar a las madres, así como juntos en familia acudir a la Casa de Dios por ser era día de precepto en el que llamamos nuestra madre a la Santísima Siempre Virgen Maria, que concibió y dio a luz a Nuestro Señor Jesucristo por obra del Espíritu Santo.
No fue hasta el siglo XIX con el surgimiento de los movimientos de reivindicación de la mujer con los que se comenzó a destacar el rol de la madre en la sociedad como fundamental. El único problema es que el marcado acento laicista, consciente o inconscientemente quiso deslindar la celebración de las madres de tan importante celebración mariana de la cultura occidental. Se intentó justificar el separarla de su cercanía como referencia obligatoria a las celebraciones familiares del día de la Navidad, sin darse cuenta del flaco servicio que esto hace a la sociedad.
Las celebraciones a la madre se trasladaran al mes de mayo. En la mayoría de los países de occidente se realiza la segunda semana del mes de mayo. Cuarta semana en nuestro país.
En un intento por recuperar el profundo sentido práctico de la Fe Católica y su aplicación a la vida cotidiana en el ámbito del matrimonio y la familia, estructura fundamental de cualquier sociedad, queremos resaltar los fundamentos de la celebración del dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María del pueblo cristiano sencillo, devoto y trabajador, que lo resume en la expresión: Ave María Purísima… sin pecado concebida. Siempre nos referimos a la Virgen María nuestra mente, corazón y alma están enfocados en su Maternidad Virginal. Ella nos ha dado a Nuestro único Señor Jesucristo. María es la radicalmente redimida por su Hijo.
En la Iglesia Católica el dogma de la Inmaculada Concepción de María, su definición como tal, se considera como fruto del movimiento inmaculista que comienza en el oriente cristiano del primer milenio de nuestra era, donde se le aclama a la Virgen Madre de Dios, a María santísima como la Tota Pulcra, la Toda Santa, la Totalmente Pura.
Desde la época de los Padres de la Iglesia, en los primeros siglos de la era cristiana, entre ellos destaca, San Ambrosio de Milán, se contemplaba el misterio de la Inmaculada Virgen, referencia para las mujeres y su integridad en el compromiso de vida, necesario para su estabilidad y equilibrio en la existencia cotidiana, de manera sana.
No fue hasta los inicios del segundo milenio cristiano en que esta cuestión comenzó a debatirse con la teología escolástica que busca las razones más apropiadas para la conformación de la sociedad. Con el auge de la filosofía aristotélica, por sus textos recuperados por los musulmanes y redescubiertos en la Europa Occidental, surge la teología escolástica con sus principales representantes: San Alberto Magno y el Doctor Universal Santo Tomás de Aquino que presentan los argumentos racionales necesarios para que el dato de la fe cristiana sea mantenido en la sociedad con una estructura viable para su funcionamiento y desarrollo sano.
Esta es la razón por la cual los dominicos toman una postura más que moderada en cuanto a la formulación de la preservación antes del nacimiento de la Virgen María, liberada de toda la corrupción del pecado de los primeros padres en los orígenes de la historia de la humanidad.
También la filosofía platónica tendrá un importante espacio en este periodo por el aporte de grandes pensadores judíos. Son los franciscanos que asumen preferentemente la teología platónica aportando los fundamentos para presentar al milagro desde la razón humana como voluntad misma de Dios que los realiza como excepción al orden natural en pos de la salvación del género humano. El orden creacional para ser completado requiere del auxilio divino pronto, inmediato y de manera permanente.
Son los hijos de San Francisco de Asís y su principal representante, San Buenaventura, Doctor de la Iglesia y contemporáneo del Aquinate, los defensores y promotores a ultranza de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, y después, por sus demás representantes, como el Beato Duns Escoto llevan al triunfo en el seno de la Iglesia Católica al Movimiento Mariano de la Privación de todo pecado desde la Concepción de la Virgen Madre de Dios.
Los siguientes siglos fueron períodos de profundo cambio en el mundo del pensamiento. La Fe Católica del pueblo mismo se vio necesitada de una reivindicación que tiene su cumbre en el siglo XIX. De ahí el surgimiento del fenómeno de masas de las apariciones marianas. Por primera vez en la historia se presenta a la Virgen María, en contra de la diosa razón, con un lugar protagónico de actuación y de discursos en defensa de la Iglesia Romana. Repetidas apariciones en Lourdes, en Fátima y en otros lugares, siempre ocurrieron bajo la advocación de la Inmaculada Concepción de María.
La consulta hecha por el Papa, el Beato Pío IX, a todos los obispos católicos del mundo desembocó en la proclamación del 8 de diciembre de 1854 del Dogma de la Inmaculada Concepción de María, con categoría de obligatoriedad para la profesión de fe de todo católico. Es el primer ejercicio de la infalibilidad papal en materia doctrinal por parte del Sucesor de San Pedro y San Pablo, incluso antes de dicha facultad fue declarado dogma por el Concilio Ecuménico Vaticano I (1869- 1870) en su Constitución Dogmática Pastor Eterno. La segunda ocasión en que el Papa ejerce esta Facultad de la Inefabilidad fue en la proclamación del año 1950 15 de agosto del Dogma de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos. El movimiento Inmaculista siguió tomando diversos modos de expresión, especialmente en las congregaciones religiosas misioneras caritativas para extender por todo el mundo la Fe Católica.
El Dogma de la Inmaculada Concepción de María fue reafirmado por el Concilio Ecuménico Vaticano II en el capítulo VIII de la Constitución Dogmática de la Iglesia: La Virgen María en el Misterio de Cristo y en el Misterio de la Iglesia. En siguientes entregas intentaremos detallar esta síntesis que hemos realizado de la historia del Dogma de la Inmaculada Concepción de María y su relación con el día de las madres tan recordadas en estos días de las navidades.
Queremos llegar a abordar las problemáticas actuales del Dogma de la Inmaculada Concepción: el concepto de la redención en Cristo, la doctrina del pecado original, la manera de concebir el Mundo, la cuestión del monogenismo y el personalismo filosófico en relación al libro del Génesis capítulo 3.
La postura moderada de la doctrina de la Inmaculada Concepción de la siempre Virgen María y las posturas radicales requieren de una presentación objetiva al respecto de cara al mundo moderno, al ecumenismo necesario para nuestros tiempos tan convulsos, y una superación de la visión negativa que se puede tener acerca de la Virgen María.
Los primeros devotos y promotores de la devoción a la Virgen Madre de Dios, la Toda Santa, así como a la exaltación del papel de la mujer y su rol fecundo de plena realización como madre, su misión en esta vida, son el Papa y los Obispos en su comunión. Son tantas las posturas ante las circunstancias que determinan a la mujer, su rol de madre, su aspecto espiritual y biológico que se requiere la conjugación de estas vertientes de manera digna y de reconocimiento al papel fundamental de las madres en la sociedad, especialmente aquellas de avanzada edad, las abuelas, bisabuelas y las viudas, y aquellas que han decidido ejercer su maternidad desde un compromiso religioso y social en el ámbito de la educación, la salud y la caridad.
CONTINUARA…