Carlos Borromeo, ¡Un hombre como pocos, segunda parte

Por Diario Digital Dominicano

Por el Padre Manuel Antonio Garcia Salcedo de la Arquidiócesis de Santo Domingo.-Dedicado a la reforma del Concilio de Trento, todo con informes repetitivos al Papa, San Carlos Borromeo se destacó en una época de santos entregados al servicio de la Iglesia y de la mejora de la sociedad.

Muere el Papa Pío IV, asistido por Carlos y San Felipe Neri con los ritos sagrados últimos. Entra en escena el sucesor, San Pio V, Papa Dominico, que aplicó a cabalidad toda la reforma de Trento, tanto en Roma como en toda la Iglesia Universal. Papa testigo y propiciador de la victoria de la batalla de Lepanto, aquel 7 de octubre, consagrado a Nuestra Señora del Santo Rosario.

Milán fue el gran centro de la reforma tridentina. El inicio de dicha reforma lo marcó el arzobispo dando muchas de sus propiedades a los pobres, en su persona practicó la ascética con mortificaciones y sacrificios. Lo primero que hizo para su propia arquidiócesis fue conformar el equipo más capacitado que fue puesto al frente de la administración, la puesta en práctica de las leyes y de la disciplina con la exigencia muy alta, tanto para los administradores que requerían de la mejor preparación, la más alta calificación requisitos y a los que se les asignaba una muy buena paga para no sucumbir a los sobornos y el mal de la simonía.

Nombró vicarios a especialistas para los asuntos criminales y los asuntos administrativos. También se ocupó del buen estado de vida de los prisioneros, se organizaban repetidas conferencias con los visitantes y los vicarios para que el trabajo pastoral diera buenos frutos y se mantuvieran las disposiciones del Concilio. De manera personal se ocupó el arzobispo de la buena administración del Sacramento de la Penitencia para que se mantuviese su sentido teológico.

La felicitación del Papa San Pío V no se hizo esperar para Carlos quien instituyó una especie de Santo Oficio y también una confraternidad de la doctrina cristiana, esta última para que los niños fueran bien instruidos en la enseñanza de la Iglesia, dando origen a una práctica que nunca debió perderse: las escuelas de los domingos antes o después de Misa para los niños.

Las relaciones con la Iglesia Londinense mantenidas hasta hoy día y la influencia de la Facultad de Oxford contribuyeron a la formación intelectual de la época.  Marcado interés tuvo el arzobispo para que su diócesis se ocupara de los necesitados y de los pecadores.

A varios conflictos tuvo que hacer frente Carlos con España y con Francia, teniendo el Papa que dirimir en repetidas ocasiones la resolución final en estos conflictos. En ocasiones varios de los oficiales de Milán fueron apresados por estas razones de territorialidad.  El arzobispo llevaba el caso ante el Papa quién decidía a favor suyo.

Además de su propia jurisdicción, Carlos tuvo que visitar los alpes suizos por la crisis de los clérigos relajados, descuidados en su oficio y propiciando escándalos de manera pública por la negligencia de abandonar sus pecados. El viaje de camino se hacía en animal, en tramos a pie, y en horarios muy peligrosos tuvo que transitar San Carlos Borromeo.

Varios fueron los sínodos diocesanos y los concejos provinciales que se realizaron. En ocasiones el arzobispo llevó a ejecución la sentencia de excomunión para las autoridades locales que desafiaban su autoridad. La vida de Carlos Borromeo corrió peligro varias veces, en ocasiones por sublevación cerrando Iglesias. El Papa San pioquinto intervino personalmente. Otro de los casos fue la rebeldía de la orden de la humildad, de quien Carlos era protector no aceptaban sus reformas. Los miembros de esta orden confabularon para matar al arzobispo. Un clérigo disfrazado le disparó durante el servicio divino. Los clérigos homicidas fueron absueltos a las puertas de la Catedral de Milán, pero la autoridad civil los castigó con la pena de muerte. El Papa suprimió aquella orden.

Una segunda visita realizó Carlos a Suiza para eliminar los abusos de los clérigos y la intromisión de los laicos en la vida religiosa, pero en este último período del siglo XVI, la hambruna se apoderó de toda la región lombarda. Carlos diariamente, durante 3 meses, con los propios recursos ayudaba a los más necesitados y motivó a las autoridades civiles hacer lo mismo. Este es el período en que se agravaron las enfermedades de la cabeza de la Iglesia de Milán.

Muy enfermo, Carlos se vio en la obligación impuesta por él de acudir al cónclave para elegir al nuevo Papa, resultando electo Gregorio XVI en un período en que los gobernadores locales querían imponer su autoridad sobre los derechos de la Iglesia. Carlos se erigió en el gran defensor de la misma.

 El Papa intervino para resolver la cuestión de la excomunión lanzada por el arzobispo sobre las autoridades que querían apoderarse de las instituciones eclesiales. También fue época de plagas, una gran epidemia que movió al arzobispo de Milán a celebrar ejercicios para la reflexión ante la inminente muerte que se avecinaba sobre todos. Preparando su testamento, se dedicó más de lleno a las penitencias y a consolar a los enfermos qué padecían de los mismos males del arzobispo. Los jesuitas y los barnabitas fueron sus principales aliados en el cuidado pastoral de la comunidad diocesana.

La mejora y aumento de seminarios, de escuelas y confraternidades fue la característica del último periodo de la vida de Carlos, quien se apoyaba en los diversos sínodos para la realización del trabajo pastoral. Una constante era el meditar en la pasión de Cristo, la erradicación de la herejía Protestante y la preservación de la fe católica.

Otra de sus grandes luchas fue su postura contra el carnaval que se celebraba en el tiempo de la Cuaresma. Pero el verdadero fruto de todo su trabajo pastoral y social fue recogido por sus sucesores.

Mientras estuvo enfermo, oficiaba la misa, administraba la Comunión y despachaba su correspondencia, además de empecinarse por visitar las diversas capillas. Recibe la extremaunción y las plegarias para los moribundos. Sus últimas palabras fueron: Ya viene el Señor, un 3 de noviembre de 1584, a los 53 años.

Tras su muerte, la devoción a su persona que le tenía el pueblo de Dios en vida aumentó. Su causa tuvo pronta avance en la congregación de ritos, y para el 1 noviembre de 1610 el Papa Pablo V canonizó a San Carlos Borromeo grande entre los grandes reformadores de la Iglesia y de la sociedad. El pasado 4 de noviembre, como cada año, celebramos su memoria obligatoria.

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