Por el Padre Manuel Antonio Garcia Salcedo de la Arquidiócesis de Santo Domingo.-Jesucristo es El Verbo Encarnado, la Palabra nacida de María la Virgen, del Amor de Dios. La tradición paulina describe el amor de Dios en Jesucristo de una anchura, profundidad, y altura que no se podrá nunca abarcar:
Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios. A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Amén (Ef. 3, 15-21).
No se agota el amor de Jesucristo. No conoce obstáculos ni límites porque ha llegado a su plenitud en la entrega de Jesucristo por cada uno de los hombres que Dios ha creado. Una entrega en el calvario por amor a ti y a mi. Una resurrección que confirma la alianza gratuita que ha hecho contigo y conmigo a cambio de tu corazón y existencia, sin merecerlo:
Más la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera!. Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!. Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación. Por tanto, como por un solo hombre=entró el pecado en el mundo=y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron (Rom. 5, 8-12).
Nos dice la Iglesia Latinoamericana y del Caribe en el Documento de Aparecida:
Cristo que nos revela que “Dios es amor y vive en sí mismo un misterio personal de amor (DA 115).
Jesús es el Hijo de Dios, la Palabra hecha carne (cf. Jn 1, 14), verdadero Dios y verdadero hombre, prueba del amor de Dios a los hombres (102).
El amor que tiene su fuente en Jesucristo (DA 459). Su mirada (136) es expresión del amor humano y divino. Es un amor apasionado (491).
El Papa Emérito Benedicto XVI declaro en Aparecida que el Dios amor es la realidad fundante, no un Dios sólo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano; es el Dios-con-nosotros, el Dios del amor hasta la cruz.
Proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte, que hemos sido liberados y salvados por la victoria pascual del Señor de la historia (DA 548).
Amor de misericordia para con todos los que ven vulnerada su vida en cualquiera de sus dimensiones, como bien nos muestra el Señor en todos sus gestos de misericordia (DA 384).
El bautismo hace dignos de este amor a aquellos que merecían total reprobación:
Dios porque, siendo nosotros pecadores, nos mostró su amor reconciliándonos consigo por la muerte de su Hijo en la cruz. Lo alabamos porque ahora continúa derramando su amor en nosotros por el Espíritu Santo y alimentándonos con la Eucaristía, pan de vida (cf. Jn 6, 35). (DA 106).
La plegaria de Reconciliación I recapitula esta prueba de amor eucarístico:
Te pedimos que mires los dones de tu pueblo,
y derrames sobre ellos la fuerza de tu Espíritu
para que se conviertan en el Cuerpo y + la Sangre de tu amado Hijo, Jesucristo,
en quien nosotros también somos hijos tuyos.
Aunque en otro tiempo estábamos perdidos
y éramos incapaces de acercarnos a ti,
nos amaste hasta el extremo:
tu Hijo, que es el único Justo,
se entregó a sí mismo a la muerte,
aceptando ser clavado en la cruz por nosotros.
Pero antes de que sus brazos,
extendidos entre el cielo y la tierra
trazasen el signo indeleble de tu alianza,
él mismo quiso celebrar la Pascua con sus discípulos.
Meditemos en el primer mensaje del Papa San Pablo VI al mundo entero el Sábado 22 de junio de 1963 a todas las ovejas redimidas por la sangre preciosísima de Jesucristo:
Este será el primer pensamiento del ministerio pontificio, para que sea proclamado cada día más alto a la faz del mundo que solamente en el Evangelio de Jesús está la salvación esperada y deseada “porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el cual ellos deban ser salvados”…
Nuestra obra, con la ayuda de Dios, estará dirigida también a hacer todos los esfuerzos para el mantenimiento del gran bien de la paz entre los pueblos. Una paz que no es solamente la ausencia de rivalidades guerreras o de facciones armadas, sino un reflejo del orden querido por Dios, creador y redentor, voluntad constructiva y tenaz de comprensión y de fraternidad, manifestación de buena voluntad a toda prueba, deseo incesante de concordia activa inspirada por el verdadero bien de la Humanidad con una caridad no disimulada…
Que sepan siempre gloriarse con la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, soportando con amor las eventuales contrariedades y pruebas, con la certeza de que la ayuda del Señor no ha de faltar nunca a los que viven y trabajan solamente por El…
Abrazamos con caridad paterna a todos los que sufren: a los enfermos, a los pobres, a los prisioneros, a los exiliados, a los refugiados. IDENTIDAD CATOLICA. *El autor es Doctor en Teología Católica.